Sunshine y yo habíamos sido amigos desde que tengo memoria. Éramos casi inseparables, bueno, de hecho, sí éramos totalmente inseparables.
Nos la pasábamos todo el día charlando sobre cualquier cosa y nos quedábamos toda la noche hablando por teléfono hasta que su madre o la mía nos pedían que colgáramos.
Todos los días pasaba en mi auto por ella para llevarla a la escuela, ya que había tenido que vender el suyo.
Mi vida era complicada, casi como la de ella.
Mi padre me presionaba con eso de practicar deporte y conseguirme una "buena novia". Lo cierto era que no tenía novia, pero si sentía algo por Sunshine, cosa que a mi padre le molestaba porque la tenía tachada de rara. Los deportes no me importaban demasiado. Me centraba más en el estudio.
Claro que eso no era tan malo en comparación a lo que vivía Sunshine. Su mamá se había divorciado hacía dos años y ese mismo año le había detectado cáncer y varias enfermedades cardiacas. Había perdido su trabajo, precisamente por la enfermedad y el dinero que le enviaba el señor Scott (el padre de Susnshine) era muy poco para los tratamientos y medicamentos. Yo intentaba ayudarla con mis ahorros, pero ella se negaba, decía que con el dinero que ganaba en su trabajo era suficiente, cosa que no era verdad.
Trabajaba todas las tardes es una pequeña boutique cerca de la escuela. Ella lo mantenía en secreto. Todos pensaban que tenía mucho dinero porque en la boutique a veces le regalaban prendas y eran las que estaban de moda.
En fin. A pesar de todos los problemas que ambos teníamos, la pasábamos bien juntos. Sunshine decía que era feliz y yo también, porque realmente lo era. Bueno, la mayoría de las veces.
Una vez intenté suicidarme. Situación difícil. Me estaban presionando mucho y abrí la ventana. Después de eso todo es un recuerdo borroso. Algo que no me gusta, que solo es algo del pasado, y quedo atrás.
Todo había estado bien un tiempo, hasta que la madre de Sunshine tuvo y que ir al hospital, y desgraciadamente, ahí murió.
Tiempo después, no solo perdimos a la mamá de Sunshine, sino también a Sunshine. Ella también intentó suicidarse, pero a diferencia de mí, lo logró.
Tan solo tenía dieciséis años. Ni siquiera había entrado a la universidad. Ni siquiera terminamos juntos la preparatoria. Ni siquiera llegué a saber si ella estaba tan enamorada de mí, como yo lo estaba de ella.
Pasaron tres años. Luego dos más, lo que hacía un total de cinco años desde que había perdido a Sunshine.
Cuando me di cuenta, ya habían pasado siete años. Yo ya estaba casado, esperando a mi primer bebé. Todavía no olvidaba a Sunshine del todo.
—¡Jacob!— gritó Dana, mi esposa. Ese grito era señal de que la bebé venía.
Horas más tarde, en el hospital, tenía a mi preciosa hija en brazos. No podía evitar llorar de felicidad.
—¿Cuál será el nombre?— preguntó Dana. Siempre me gustó el nombre de Alexandra. Luciana, tal vez. Mientras pensaba en un bonito nombre miré a la ventana. Era una noche lluviosa de enero. Diecinueve de enero, para ser exactos. Fecha en la que Sunshine cumpliría 24 años. En la ventana había un rostro, o más bien, imaginé un rostro, el de la que había sido mi mejor amiga y el amor de mi vida. Sunshine Scott.
—Sunshine...— murmuré sin haberlo pensado siquiera. Estaba en una clase de trance del que desperté luego de decir ese nombre.
—Me encanta— escuché decir a Dana. Yo intenté explicarle, pero me quedé sin voz. Le entregué la niña a la enfermera y me senté en el sillón del cuarto. Unos minutos después, Dana se quedó dormida y yo no tardé en caer también.
Me levanté a la mañana siguiente del sueño más hermoso que jamás tuve.
Estaba cayendo por un precipicio, y cayendo, y cayendo, y cayendo. Pero cuando choqué con el piso no tenía ningún rasguño. Por alguna razón yo sabía que estaba muerto. Luego una joven de largo cabello castaño y rizado, me tomó de la mano. Sin decir nada, la seguí porque sabía que no me haría daño. Me sonrió y le devolví la sonrisa.
—Sunshine— susurré y ella asintió.
Luego desperté. Recordé que había tenido ese sueño antes de despertar en el hospital el día en que me intenté suicidar. Solo que la última vez había sido una Sunshine de quince años. Ahora era una de mujer de 24.
Los días que siguieron a ese sueño, fueron de lo más extraños. Muy seguido me perdía en mis pensamientos. Muy seguido veía a Sunshine en otras personas, a veces, incluso, escuchaba su voz. Soñaba con ella, de vez en cuando se me escapaba su nombre, pero podía cubrirlo diciendo que me refería a mi hija.
Día tras día, veía el rostro de Sunshine en los lugares más inesperados. Sentada en la parada de autobús, transportándose en un taxi, caminando hacia la biblioteca, e incluso reflejada en los espejos.
Un día decidí visitarla en el cementerio. Realmente me costaba y me dolía ir a visitar su tumba.
Caminé por el enorme terreno. Como había llovido en la noche, estaba todo lleno de lodo y charcos. Tenía que cruzar todo el cementerio para poder llegar a la lápida de mi vieja amiga. Me costó un poco hallar el lugar, pero llegué.
Todo tiene solución, menos la muerte.
Sunshine Genevieve Scott
01/19/ 1989 - 23/07/2006
Observé la leyenda de la tumba. Era una frase que Sunshine me decía mucho, cosa que me parecía realmente irónico, ya que ella misma había sido la que se rindió a buscar soluciones a sus problemas. Me quedé observando la fotografía que yo mismo había puesto en la lápida. Los tíos de Sunshine la pusieron detrás de un pequeño vidrio para que no se maltratara. Se miraba tan hermosa. Tenía una sonrisa preciosa, pero en esta foto no estaba sonriendo, estaba seria. El sol brillaba detrás de ella cuando tomé la foto y eso le daba un tono casi rojizo a su cabello. Suspiré al recordar ese momento. Era mi cumpleaños número dieciséis y habíamos viajado a la playa de Malibú, en California con mis padres. Empecé a notar que ella estaba muy triste debido a lo que le sucedió a su madre. Volvimos al hotel, eran las seis de la tarde, Sunshine decía que le dolía la cabeza y que se quedaría en el cuarto. Mi papá había salido a comprar unas cosas y mi mamá y yo estábamos en el elevador yendo por algo de comer. Cuando volvimos media hora después encontramos a Sunshine inconsciente sobre la cama, se había tomado una botella entera de pastillas para dormir. El mismo día de mi cumpleaños número dieciséis.
El recuerdo de mi mejor amiga pálida, sobre la cama, hizo que me estremeciera.
Iba en mi auto de regreso a mi casa y vi a una joven conocida correr de regreso al cementerio, de donde yo venía. Me estacioné rápidamente y la seguí. Cuando me di cuenta estaba de nuevo frente a la lápida de Sunshine. La joven que perseguí ahora traía una capucha. Se la quitó y casi me da un infarto. Era Sunshine. De verdad estaba ahí, como si estuviera viva, aunque yo sabía que no lo estaba.
—Jake, Jake, Jake...— dijo ella con su voz tan suave —He estado esperando este momento desde hace mucho tiempo.
—Sunshine...— dije con lágrimas en los ojos. Corrí a abrazarla, pero no podía ni siquiera tocarla.
—Jake...— respondió ella con la mirada en el suelo —Estaba esperando a que llegara este día, el día en que se me permitiera verte y hablar contigo de nuevo...
—Te extraño...
—Yo igual, es por eso que he venido. ¿Recuerdas todos esos momentos juntos?— empezó a tener una voz como si estuviera molesta —¿Recuerdas cada abrazo? ¿Se te olvidaron todos esos contactos tan breves, pero tan importantes para los dos? ¿Olvidaste el día en que me dijiste que me amabas?— me quedé sin respuesta y todos esos recuerdos volvieron a mi mente. Incluso la vez en la que le dije que la amaba, el día de su funeral —Dijiste que nunca me dejarías de amar y no era cierto. Te casaste, ahora tienes tu propia familia y me dejaste olvidada.
—Yo nunca te olvidé, Sunny. Siempre has sido y serás el amor de mi vida. Te amo— en ese momento ella se acercó a mí y me besó. Cerré los ojos por un momento y cuando los abrí parecía que nada más importara nunca más. Vi a Sunshine, luego miré hacia el piso en donde descansaba mi cuerpo. Yo estaba muerto, pero me sentía más vivo que nunca, estaba con Sunshine y estaríamos juntos hasta la eternidad.
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